Mirando las estrellas, Ismael piensa en ella. Observa a la luna y repite las palabras que tantas veces le había dicho su padre: “la luna es un trocito blanco en el cielo azúl oscuro que nos recuerda cada noche que el próximo día será un día en potencia, diferente al anterior.” Ojalá pudiera creérselas ahora. Olvidar que un niño del colegio le había destrozado el árbol de plastilina no es lo mismo que olvidar a la chica que le salva de ahogos pero también le pone la soga al cuello. Recuerda las sonrisas que su padre le sacaba de pequeño frente a esta misma ventana por la que hoy mira. De pequeño no miraba tanto la luna, no tenía tantas cosas que olvidar. No sufría tanto ya que no había visto antes a ésa chica morena con los ojos verdes o marrones, tan únicos y preciosos como ella, ni sus rojos labios, ni su tez oscura. No se había estremecido cont an sólo escuchar su risa, esa perfecta melodía. Le encantaba ella, toda ella, era como su musa. Si hasta su mal humor le inspiraba para escribir poesía. Aquel cuaderno amarillo que tan bien guardaba debajo de la cama era la solución en las noches que no quería dormir. Tan sólo pensar en ella y las palabras fluían, era fácil. Desde pequeño le encantaba escribir, lo dejó por vergüenza y entonces apareció ella, la protagonista de sus poemas, relatos breves o historias sin acabar. Exacto, nunca las acababa porque odiaba los finales. Todas sus historias las dejaba a medias y las que tenían aun algún sentido para él las guardaba, pero las que no, las eliminaba sin más. Aquella noche decidió ser fiel a él mismo y dejar que su sonrisa fuese mucho más grande que todos sus problemas, y se tumbó en la cama de cara a la almohada para no volver a fijarse en la luna. Victoria era aquella meta inalcanzable de un deportista, aquella nota imposible de toccar para un pianista, su talón de aquiles o incluso su cryptonita, aunque no se consideraba ningún Superman rindiéndose tan pronto, pero era lo mejor. No se podía permitir perderla, ni si quiera un poco. Tendría que conformarse con la gran amistad que ya tenían, ya que no conseguiría nada más con aquella Diosa del Olimpo.
Pasó menos de un año y creyó olvidarla, se distrajo con alguna chica pero en el fondo él sabía que no habría ninguna otra. Cuando estuvo a pnto de rendirse, encontró a aquella rubia con ojos color carbón en aquella clase, seria. Nunca encontrará a nadie tan risueña como Victoria, siempre sonriente o riéndose por cualquier tontería, con sus tonterías… Menea la cabeza deshechando sus ideas. Cerró los ojos, inspiró y se acercó a conocer a esa chica tan curiosa.
- Hola, Vi.
- Hola Isma.- Dice sonriente.
- Tengo que contarte algo.
- ¿Ah sí? Desembucha.
- He conocido a alguien. Paula, de 1ºA. No sé si la conocerás, es de aquí del instituto, antes iba al Quevedo que está aquí al lado.
- Em, sí, tengo amigas en su clase. ¿Qué pasa con ella?
- Es genial, creo que me gusta.- Ni si quiera sabía porqué se lo estaba contando. No iba a ponerla celosa, a ella él no le gustaba, en el fondo es lo que quería, pero no podía decirlo en voz alta. Va a olvidarse de ella.
- Ah, sí, me han dicho que es maja.
Cree ver en sus ojos un ápice de decepción, no sabe muy bien si es la verdad, o su propia verdad. Le encantaría que a ella le importase, y justo cuando duda, aparece en sus finos y perfectos labios esa sonrisa desgarradora que enamoraría hasta un ciego, y dice:
- Bueno, Isma, pues ¡a por ella!
No sabía porqué pero no quería su bendición, pero ahora sabía que la tenía y que ya no había marcha atrás.
Pasaban los días y se lo pasaba genial con Paula. Le llamaba mucho la atención pero se preguntaba muy a menudo si le llegaba a los pies a Victoria. No sabía (o no quería saber) la respuesta. A sus amigos les decía que no quería besar a Paula por miedo a cagarla.
- No quiero, tío, a ver si no va a querer nada conmigo y va diciendo que estoy babeando por sus huesos.
En el fondo, Ismael sabía perfectamente que ni si quiera quería besarla, que había desperdiciado medio año pensando en Victoria pero hablando de otra. Contando a Victoria que estaba loco por otra chica, cuando en realidad no era por ella por la que mataría. Lo que Ismael no sabía es que no sólo estaba ciego con sus propios sentimientos, si no que también lo estaba con los sentimientos de ella, de su musa.
Comprendió que el día en el que le dijo a Vi que le gustaba Paula, sí existía decepción en sus ojos verdes, y que la cobardía no era lo que le frenaba a estar con Paula, si no, sus propias ganas de no hacerlo. Así que al fin quemó la bandera blanca imaginaria que había clavado hace tanto tiempo, rindiéndose a Victoria. La quemó y empezó a pensar en él mismo, en lo que de verdad quería. Y, como todas las noches que acompañaba a Victoria a su portal, sabía que este día iba a ser diferente. Esta vez entró, dejándose la cobardía fuera y entrando con todas sus ganas, con todo el amor que había estado frenando todo este tiempo, y lo concentró todo en sus manos, agarrándola por la cintura, atrayéndola hacia sí, besándola sin pensárselo dos veces. Entonces, al mirarla, la dijo “te quiero”, sin pestañear, sin dudar. Simplemente, se dejó llevar.
Desde aquel día ya no le daba miedo mirar a la luna e imaginarse cosas frente a ella, porque ahora lo tenía claro. Ahora sabía que todas las historias románticas que se imaginaba, podían hacerse realidad gracias a Victoria.